31.3.08

RECADOS PARA LA MUJER DE LOS INVIERNOS

Aquí, hoy, en la desesperación de los inviernos,
me recuesto a tu lado, mi mujer de secretos y llamas.
Quiero sembrar en tu pecho los besos del tiempo
y en los veranos venideros recoger el trigo en este lecho.
Ya sé que deseas que tu nombre lo pronuncien las gentes,
que cuente del inagotable camino que cruzamos,
mas yo te pido silencio y que sólo cante el susurro en la oscuridad,
sólo quiero tu voz de campanas para mis rudos oídos,
sólo quiero tus piernas como árboles fijos en mis manos,
porque me ha despertado toda la lluvia que traes a cuestas,
ese aguacero que revienta por la lengua,
ese trueno que destapas en un grito a las estrellas.
Pero te pido silencio, para que cerquemos nuestro pequeño país,
para que cerremos las puertas al extranjero
y vivamos las multitudes de este universo
en el barco veloz y rotundo de tus labios

LA CRUCIFIXIÓN

Ya en la cruz los tres condenados
ingresaban a sus últimos suspiros.
El obrero que estaba a la izquierda del poeta,
que agonizaba en su propia cruz, le decía:
—Acuérdate de mí y canta, cuando estés en el infierno,
la saliva de la injusticia con la que nos besaron cada día—.
El poeta, entre sus penosos esfuerzos, le regaló su corazón
a aquel hombre que tanto hizo por los suyos.
Entretanto, a su derecha, se encontraba el poderoso,
quien sin mediar su propio dolor le exclamó:
—Y tú, poeta, que eres tan brujo con las agonías ajenas,
que posees una flor marchita en cada dedo sucio;
sálvate a ti mismo y a todos nosotros—.
Pero el poeta, que ya no respiraba, de improviso, respondía:
—Tú no eres digno de estas muertes, ni partirás con nosotros,
quedarás vivo en la angustia de un mundo sin ojos,
porque ciego te olvidarás en el propio olvido—.
Fue allí cuando el obrero, replicó como la primera vez:
—Por qué atacas a este hombre,
que creyó en las estrellas,
que creció al amparo de sus pájaros indomables,
que se resguardó de las lluvias
con el solo paraguas de sus versos.
Tú, no partirás con nosotros—.
Fue allí, cuando la tierra se oscureció con tempestades,
mientras un hielo de muerte caía sobre los cuerpos heridos.
Fue allí también, cuando poeta y obrero se hacían una sola lengua,
se hacían una sola resurrección y una sola vida eterna,
dejando allá al poderoso, clavado en el olvido,
mudo, ciego, muerto de muerte.

UNA MUJER LLAMADA SOLA

(A Sola Sierra.)

Mujer, te han recibido los muertos

porque siempre fuiste de ellos:
Te reciben con sus banderas al tope,
te hacen una guarida en sus almas,
y al fin aparecen, ahí están, vienen marchando,
los desaparecidos de ayer, los de hoy,
y te llevan en andas y repiten Sola,
porque tu nombre lo aprendieron de memoria,
conocieron tu rostro hace tantos años,
que nadie, ni Dios, podrían confundirte a lo lejos.
Mujer, todas las heridas han vuelto a su origen,
ya no más, ya no más llanto sobre un hueso de los siglos,
ya no más caminar por las calles
sobre las alas de una triste mariposa caída;
tú sabes que te han recibido en fiesta:
pronto estaremos en la patria del infinito,
el viento de un canto se escuchará en los desfiles,
porque será Sola que vendrá de la mano
con el hombre perseguido en sus sueños
y entre las multitudes hablará en el podium tu recuerdo,
como un pájaro final que resucita al olvidado.

CON CIEN PESOS EN LAS MANOS

Otra vez la lágrima,
de pie a cabeza me recorre la nostalgia,
de las rosas doradas de nuestros ojos.
Mis queridos compañeros,
les pido que junten cien pesos
en cada mano y levantemos dos cervezas,
así un brindis de espuma y calor,
desfilará como primavera entre los sueños.
Volverán nuestras risas de tarde en tarde,
los juegos y el caballo de bronce en el polvo;
las historias jamás terminadas.
Yo me traje de todos un poco,
el tren desde Santiago venía despacio
y no alcanzó a devorarse los recuerdos.
Me traje tus camisas, Edgardo,
tus botas que gritaban, Diego,
tus páginas y revistas, Oscar;
me traje toda una vida revuelta,
porque éramos tantos y sólo uno.
Fueron muchas las noches de sueños con versos perfectos,
muertos que volvían de sus tumbas a saludarnos,
porque la poesía nos conocía y nos besaba.
Nosotros éramos un poema que quedó inconcluso.
Volverán las cosas, las risas, los llantos,
tras los años en una lejana puerta,
ese dichoso abrazo de fuego;
un amigo en la distancia: un lucero.
Tras los años, en alguna puerta lejana,
la propia juventud tras nuestras canas;
tras los años en alguna casa lejana,
con cien pesos en la mano y
el eterno brindis de seis muchachos
entre espuma, calor y sueños.

ROJOS TUS CABELLOS


Bajo tus cabellos rojos como sangre de dioses
quiero ahogar este último aliento
para que seas océano y tragedia
y mis dedos se pierdan como un niño muerto
en la soledad nocturna de las arenas.
Bajo tus cabellos rojos como sangre de dioses
el paladar de la hermosura saborea mi cuerpo,
lo revive centímetro a centímetro,
lo conquista como a un río virgen.
Porque si tuvieses más largos esos relámpagos rojos
que nacen y mueren en tu cabeza,
los dioses bajarían a recuperar su cabellera
o tal vez sólo tus ojos
porque las estrellas ya han reclamado su brillo.
Por ahora me conformo con estas llamas
que desatas en la punta de los soles,
me conformo con este nido
donde pierdo mis dedos inocentes,
pero donde gano la entrada al paraíso.

SANTIAGO AZAR. Biografía

Poeta y abogado. Nace en la capital de Chile en Enero de 1976. En 1992 obtiene el primer lugar en el Concurso Iberoamericano de poesía " Paz y Cooperación ", organizado por la comisión Quinto Centenario, del Gobierno Regional de Madrid, España, por su obra "Punta de Tierra en Tinieblas".

En 1997, Editorial Mosquito, edita su primer libro " El Pez Inquieto", cuya primera edición se encuentra agotada. Desde 1999 a la fecha dirige talleres literarios en la Universidad Católica del Maule, pasando a integrar la planta de talleres artísticos del Instituto de Estudios Generales de la casa de estudios mentada.

El año 2000 publica el libro "Canto a la Colorina y otros poemas"; y comienza a dirigir la Revista literaria “El jinete de palo”, dependiente de la Universidad Católica del Maule. El año 2004 es invitado a colaborar en el periódico literario español “Etcétera” de manera permanente y participa con ensayos y estudios sobre poesía para revistas como “Hojas de Luz” de Pontevedra, España; como así también para la revista venezolana “Arquitrave” y otros medios en Argentina, Brasil y Colombia.

Su poesía ha sido recogida por las más prestigiosas publicaciones internacionales en internet. El año 2004, sus poemas son integrados en la 4º edición de la antología “Nueva poesía Hispanoamericana”, Lord Byron Ediciones; dirigida por el poeta peruano Leo Zelada; Este mismo año, Mosquito Comunicaciones edita su tercer libro “Inventario Solemne” y el músico chileno Mauricio Alfaro compone la banda sonora de aquél. Para fines del presente año, se espera la publicación de una antología literaria de su obra en España, a cargo de la académica Carolina Merino Risopatrón. Reside actualmente en la ciudad de Talca.

POEMA DEL NO


Voz: Mercedes Pérez

UN DÍA CON EL ALBA


Un día, con el alba, volvía solitario
de mis cosas de hombre. Pudo ser hace tiempo.
La claridad nacía del fondo de las calles
como la pena nace del fondo de una copa.
Siempre se vuelve solo. No sé por qué las calles
parecen tan vacías cuando el amor termina.
A través de las puertas cerradas, se sentía
vagar los esposos por la humedad del sueño.
Nunca pude entenderlo. Nos subimos a un cuerpo
como se sube un niño a la rama más alta.
De pronto, bajo el cielo, el cuerpo, que era todo,
se nos va consumiendo debajo del abrazo.
De pronto comprobamos que nos falla la tierra,
que por algún resquicio la vida se derrama.
La plenitud redonda que llegó por el tacto,
por ese mismo tacto regresa y se disipa.
Por campos y tejadas resbalaban los cinco.
Muy cerca, un jazminero debía estar despierto.
Yo volvía cansado, como vuelven los hombres
que han donado su parte para el dolor del mundo.
La desnudez de un brazo. Un cuello interminable.
Dos piernas que se alejan buscando una salida.
Una cintura firme donde apoyar las manos
como cuando se vuelca el peso en el arado.
Nunca pude entenderlo. Las miradas se enfrentan
como vueltos espejos que en si mismos acaban.
Delante de los ojos hay láminas opacas
tras las que cada amante disfraza su egoísmo.
Ella estuvo muy cerca, aquella vez, de darme
algo que con el tiempo tal vez fuera un recuerdo.
Desde aquí la contemplo, pero no tiene rostro.
No sería más triste se no hubiera existido.
Nos tiramos a un cuerpo como al mar, y aprendemos
que el amor, como el agua, no opone resistencia.
Bien poco es lo que queda después, si la ternura
no inventa sus razones para seguir viviendo.
Penetramos espacios que no nos pertenecen.
La carne, como el humo, se aleja si se toca.
Hoy ya no me pregunto la razón, y me entrego,
y acepto, y disimulo; pero sé que es chantaje.
Aquel día empezaba como todos los días;
porque todos los días empiezan y no acaban.
el alba suavizaba los últimos aleros
y la luz preparaba su primer estallido.
Siempre se vuelve solo del amor. Como entonces.
Porque el hombre limita con su piel, y los sueños
sólo cuentan, no siempre, cuando un pecho, entrevisto,
nos revela de pronto nuestra gran desventura.

POEMA PARA LA VOZ DE MARILYN MONROE


Tu voz.
Sólo tu tibia y sinuosa voz de leche.
Sólo un aliento gutural, silbante,
modulado entre carne, tiernamente
modulado entre almohadas
de incontenible pasmo, bordeando
las simas del gemido,
del estertor acaso.
Como un tacto de fina piel abierta.
Como un espeso y claro líquido absorbente
que envuelve tus adentros, que te sube
del sexo mismo hasta los labios,
que recorre tus dulces cavidades
antes de ser el soplo
caliente y sensorial que nos sumerge.

Tu masticada voz, que te desnuda
sutilmente, insidiosamente, como
si en derredor de tu cintura fuese
creando y disipando al mismo tiempo
mil velos transparentes de saliva.

Tu voz resuelta en quejas y mohines
que trasmina como un olor a cuerpo,
un tierno olor sedoso
que se propaga en ondas, que nos roza
tan delicadamente, que es posible
sentirlo por las manos y en las piernas.

Tu voz labial, visible,
como gustando el aire, como dando
forma a posibles moldes para besos.
Tu voz de oscura selva con riachuelos.

Clavado aquí, en mi hombría,
oigo tu voz, que late entre mis dientes,
y enmudezco la radio, y cierro el gesto.
Porque tú ya estás muerta;
porque hace largos meses que estás muerta
y aún es posible el grito enfebrecido.

Oigo tu voz carnal, y me pregunto
qué pasa aquí. Si acaso es esto un nuevo
pecado, o un castigo.

ELLA VENDRÁ SALADAMENTE HÚMEDA


Ella vendrá, saladamente húmeda,
tenuemente velada
por el polvo de agua que liberan
las olas al romper.

Uno por uno, intento
ir forzando los límites. Y espero.
No sé que espero, ni por qué. Es un modo
de reclamar mi parte de aventura.

Ella vendrá. Vendrá desde la noche.
Como un débil galope que se acerca.
Como el recuerdo de una risa. Como
el eco de las voces que, otros tiempos,
habitaron la casa abandonada.
Ella vendrá. Yo creo en el misterio.

La fe en lo transparente, en lo que existe
alrededor de la materia; el vago
presentimiento ilógico; el deseo
me salvará. Yo creo
en la otra mitad de lo visible.

Ella vendrá, saliendo del espejo.
Sonriendo desde un retrato antiguo.
Será un leve crujido en la escalera,
el ruido de unos pasos por el techo,
una cortina que se mueve, un vaso
de cristal que se rompe sin tocarlo.

Ella vendrá, como una paz lejana.
Vendrá como un aroma
de vaguadas y montes, cabalgando
a lomos de la tarde.
Ella vendrá al final, no sé por dónde;
tal vez por el atajo
de alguna dimensión desconocida.

Ser hombre es resistirse.
Ser hombre es cometer, conscientemente,
un pecado de lesa desmesura.
Ser hombre es ser testigo de lo absurdo.

Ella vendrá, engarzada en una chispa
de pedernal. Abriendo paso al rayo.
Deslumbrante en la proa
de una infinita luz que se aproxima

EL MIEDO, NO


El miedo, no. Tal vez, alta calina,
la posibilidad del miedo, el muro
que puede derrumbarse, porque es cierto
que detrás está el mar.
El miedo, no. El miedo tiene rostro,
es exterior, concreto,
como un fusil, como una cerradura,
como un niño sufriendo,
como lo negro que se esconde en todas
las bocas de los hombres.
El miedo, no, Tal vez sólo el estigma
de los hijos del miedo.
Es una angosta calle interminable
con todas las ventanas apagadas.
Es una hilera de viscosas manos
amables, sí, no amigas.
Es una pesadilla
de espeluznantes y corteses ritos.
El miedo, no. El miedo es un portazo.
Estoy hablando aquí de un laberinto
de puertas entornadas, con supuestas
razones para ser, para no ser,
para clasificar la desventura,
o la ventura, el pan, o la mirada
-ternura y miedo y frío- por los hijos
que crecen. Y el silencio.
Y las ciudades rutilantes, huecas.
Y la mediocridad, como una lava
caliente, derramada
sobre el trigo, y la voz, y las ideas.
No es el miedo. Aún no ha llegado el miedo.
Pero vendrá. Es la conciencia doble
de que la paz también es movimiento.
Y lo digo en voz alta y receloso.
Y no es el miedo, no. Es la certeza
de que me estoy jugando, en una carta,
lo único que pude,
tallo a tallo, hacinar para los hombres.

DE NUEVO TE ESPERÉ EN EL DESCONSUELO


De nuevo te esperé en el desconsuelo
de la esquina. Por el bullicio oscuro
iban, venían rojos autobuses,
acharolados taxis que, ocupados,
se detenían un segundo antes
del desencanto. La farola daba
entintado de comic a la espera.

Los taxis están hechos con materia
de soledad, de presurosos besos,
de palabras sin terminar, de rápidos
adioses, de cabezas que se vuelven
como pidiendo auxilio. Cada taxi
va tejiendo y tejiendo su capullo
de seda por las calles, va encerrando
su mariposa entre los hilos tensos
de la ciudad que gime y que lo envuelve.

¿Por qué querer es esperar?. La lluvia
tenaz parpadeaba en el cambiante
neón de Piccadilly y los neumáticos
por el asfalto húmedo sonaban
como el desuello de una piel inmensa.

Todo el desecho de la prisa iba
acumulado en los asientos turbios
de los taxis. Su tántalo destino
era llegar para volver de nuevo.

Los taxis se alimentan de colillas,
de tersos portafolios, de monturas
de gafas, de coronas funerarias,
de perfumados guantes, de pañuelos
inmundos, de paraguas olvidados.
El horizonte de los taxis nace
a espaldas de la luz, está poblado
de sanatorios y consultas, linda
con discos y semáforos, discurre
por negocios y apremios y legajos.

¿A dónde va el amor cuando no acude
a nuestra cita?. Una lenta hilera
de gotas resbalaban por el borde
de la farola anochecida. Un golpe
de tos quebrada restalló muy cerca
de mi bufanda. El viento me azuzaba
los mastines del frío. Y otros taxis
pasaban sin parar, como otras noches,
como todas las noches de mi vida.

Cuando al amanecer se quedan solos
los taxis, se acarician la gastada
tapicería, que conserva algunas
viejas huellas de semen o de lágrimas

CRISTALES EMPAÑADOS


Se fue, no tan despacio que no hubiera
un desajuste tenue en la calima
del asfalto, y su falda
parecía más triste en el andar y hubo
como una duda, o tal vez no, y la acera
se fue estrechando al alejarse y, luego,
pareció, quizás fuera
su delgadez, sus hombros, que no iba,
que volvía a la infancia, y en la calle
apenas cabía el sol y mi mirada
y una música urbana que, tan joven,
surgió de un bar con soledad y miedo.
¿Te veías tú, acaso, dime, como
si te pudieras ver, de espaldas, sola,
pegada a la pared, andando, yéndote?

Me fui. Recuerdo que el vacío
aquél era ya parte
de mí. Porque me estuve yendo
todo el tiempo que, arriba, la buhardilla,
cama deshecha, sábanas con restos
de calor, vasos, deja
ya de fumar, me estuve
dejando ir en no querer ser pasto
de ciudad, y las calles
y el ruido estaba en mí y tus ojos, habla,
¿por qué te vas?, estaban
alrededor de mí; ser pasto
de ventanas cerradas, un quejido
o una sirena a media noche, esquinas
donde comprar la nada, el estallido
de la nada, acompáñame, me estuve
yendo de mí todo aquel tiempo tan hermoso.

Se fue y era de noche
en torno a su cintura y sus vaqueros
gastados. La bufanda, con su historia
ella también, entretejida, daba
una vuelta a la tibia
cadencia de su cuello y la seguía
a través de la lluvia y algún perro
y la insolente luz de los semáforos
poniendo en orden el desierto y, lejos,
la otra oscuridad, la que está hecha
de violencia y portales y mugrientas
escaleras.

Me fui de tanta prisa
por conocer, de tanto estar contigo,
de tanta juventud, frío empañando
los cristales, de tanto amor, la estufa,
libros y discos en desorden, altas
madrugadas del beso, tus preguntas,
café para el cansancio, las paredes,
tu pelo, el desconcierto de estar vivo.

Toda esta vida me sostiene ahora.
Todo este tiempo aquél que es lo que tengo,
lo único que tengo. Tanto irse,
tanto perder, tal desapego,
tanta sinceridad, tan armoniosa
desventura, tan sabio desvarío,
tal desesperación, tanta belleza.

CANTO A LA ESPOSA II


Como un ángel en traje de faena
descompones la casa amanecida.
Las camas y las mesas se abandonan
sin recato, las faldas levantadas.
¡Sacude viejos pasos de la alfombra,
que tu amor no es posible sin nacer cada día!
El brillo soñoliento del barniz y del vidrio
despierta a la caricia puntual del plumero,
el reloj te presiente y acelera el latido.
La escoba te florece entre las manos.
¡Canta más alto y barre los recelos;
que quede el aire justo por los cuartos!
Hay una pausa siempre donde la sangre clama.
Es cuando se doblega tu maternal cintura
y un racimo de niños colgados de tu cuello,
pone a punto de risa la claridad del día.
Esposa del amor y la cocina,
de la sonrisa fácil y el pelo alborotado,
de las mangas subidas y la mirada casta.
Aún no sé si es mi paz ese diario
trajín, en el que envuelves
nuestro amor, o si es acaso
mi paz este mirarte atareada
como libando aquí y allá en lo nuestro.
O si es mi paz el vuelo de tu falda,
o el aire de domingo con que pones la mesa.
Dos pájaros te escoltan cuando sales al patio.
Las tapias encaladas te roban la limpieza.
¡Tiende alta tu blusa y mi pañuelo
para que puedan verse desde el mar!
¡Tiende al sol tu recato y tu blancura
y que se sequen pronto los recuerdos!
Esposa del amor y la costura,
del cesto y de la plancha, que apaciguas
constante mi inquietud, como serenas
el mar blanco y rizado de las sábanas.
Después, la mano umbrosa de la tarde vencida
apaga lentamente rendijas y ventanas;
mientras por una escala de palabras mimosas
se te suben los hijos a la altura del beso.
Pasa un silencio por la línea exacta
donde termina el día,
y la luz se deshace iluminando
pequeños universos interiores.
Es cuando tú, sentada y poderosa,
redondeas el día dando forma al sosiego.
Es cuando tú preparas los caminos
por donde el bien resbala hasta entrar en la casa.
Es cuando tú presides la alegría.
La amiga noche, esposa, no se acerca
hasta que tú le tienes mullida la almohada.

ANCLADO EN MI TRISTEZA DE PROFETA




Anclado en mi tristeza de profeta
sé cuánto ha de valer lo que hoy recibo;
cuánto valdrá después esto que vivo
sujeto a este después que me sujeta.
Mi plenitud en ti quedó incompleta
y espera un no sé qué definitivo.
Mientras, cerca de ti, escribo y escribo,
poeta al fin, en tiempo de poeta.
Sé cuánto ha de valer; eso es lo triste.
Valdrá más de lo mucho que poseo
el recordar lo mucho que me diste.
Profetizado don, con que falseo
esta presente gracia que me asiste
y esa futura gracia que preveo

RAFAEL GUILLÉN. Biografía

Poeta español nacido en Granada en 1933.Ha dedicado su vida a la actividad literaria destacándose en el campo de la narrativa, el ensayo, y especialmente en la poesía.Pertenece al grupo Generación del 50. Ha dirigido importantes publicaciones y su obra literaria se encuentra traducida a numerosos idiomas.Ha publicado más de veinte libros obteniendo numerosos premiosentre los que se destacan: Premio Países HispánicosII Premio Internacional del Círculo de escritores IberoamericanosPremio Internacional de CentroaméricaPremio Leopoldo Panero 1966Premio Guipúzcoa 1968Premio Boscán 1968Premio Ciudad de Barcelona 1969Premio Nacional de Literatura 1994Premio de la Crítica Andaluza 20

POEMA A PIE


Qué actitud, qué gallarda pose original se puede tomar
ante la proximidad de este poema?
Te lo pregunto a ti, oh hábil diseñadora de nuevas
sonrisas!, la única
que puede ofrecerme en un plan de cinco munutos la más
conveniente arquitectura de mi genio actual
Decían los maestros chinos de la dulce poesía
que el poeta quedaba enfermo y ojeroso después del
(trance amargo;
pero yo te suplico, bondadosa musilla de ojos ingenuos,
que no hagas que mi miel sea elaborada a costa de mi
(sangre,
porque mucha sangre se ha desperdiciado últimamente y
(andan
escasos de leche los pechos de las madres.
Un poema que sale a pie, y como está inédito, yo le digo:
Hasta que te vea te creo,
pretendo primero, sacudirme de encima estas alas de ángel
que me agobian,
a ver si botando toda esa pluma quedo con la ternura
virginal del pollo
o siquiera con algo de ese equilibrio inestable de lo que
(da risa,
tan lleno de emoción y de lágrimas como el cristal que ya
(va a caer
y no cae, pero que sabe que ya va a caer.

INDIA CAÍDA EN EL MERCADO

Pobre india doblada por el ataque
todo su cuerpo flaco ha quedado quieto
todo su cuerpo sufrido está pequeño, pequeño
todo su cuerpo tronchado es un pajarito muerto.
Su corazón --¡ah corazón despierto!-- pájaro libre, pájaro
suelto,
Carlos, ha dormido un momento.
Ella se desmayó, la desmayaron.
Al lavarle el estómago los médicos
lo encontraron vacío, lleno de hambre,
de hambre y de misterio.
Muy doloroso cuadro, Carlos.
Muy doloroso y sumamente amado.
Han volteado su cara --¡ah oscura palidez!--. Con el derrame
las yugulares están secas y la sangre
huyó secretamente, ¡ah,
la viera su madre!
Cerca, Carlos, cerca del occipucio
una moña chiquita se desgaja
y deja ver en la nuca una cruz blanca.
Tan cerca de la muerte y tan lejana,
su vida vale mucho, vale nada.
Los lustradores esperaban
obscenidades al levantar la falda
pero ella tiene una desnudez muy médica,
un lunar en la espalda,
y da la impresión de un ave herida
cuando cae su brazo como un ala.
Abran, abran
todas las gentes malas sus entrañas
y no encontrarán nada.
Ella tiene un ataque
que no lo sabe nadie.
Un ataque malo,
Carlos.

CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS


Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras
familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su
carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño
mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido
acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.
El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.
Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
otro cuchillo.
Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas...
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
¡sin que haya un arca de acero que resista
ni un avión que regrese con la rama de olivo!
Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
de bakelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha
sostenido una estatua.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba
su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No ha pasado nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos
de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
de navegar.
Todas los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
Sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de
mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de
líquido
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.
Somos la orquídea de acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la
espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
inmenso jardín de muertes.
Como la enredadera púrpura de filosa raíz,
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.
Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.
Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia el aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aqui la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.
Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso,
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
em el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta.
tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre
la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen
los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera
sonámbula, sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del
cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de
la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles
inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de
huérfanos.
Es el dolor entero.
No pueden haber lágrimas ni duelo
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.

CEMENTERIO

La tierra aburrida de los hombres que roncan
es aquella que habitan los pájaros pobres,
las gallinas que comen las piedras
las lechuzas que braman de noche.
Una jaula de arena, una urna de lodo
es la tierra aburrida de los hombres que roncan.
Una jícara negra, una seca tinaja,
un carbón, una mierda, una cáscara.
En la tierra aburrida de los hombres que roncan
donde viven los pájaros tristes, los pájaros sordos,
los cultivos de piedras, los sembrados de escobas.
Protejan los escarabajos, cuiden los sapos
el tesoro de estiércol de los pájaros pobres.
Los pájaros enfermos, los vestidos de sombra,
los que habitan la tierra de los hombres que roncan.
Tengo un triste recuerdo de esa tierra sin horas,
la picada de pájaros, la que se desmorona.
Con murciélagos me persigue de noche
su horizonte de barro y su luna de broza.
En la tierra aburrida de los hombres que roncan
se hizo piedra mi sueño, y después se hizo polvo.

TORMENTA

Nuestro viento furioso grita a través de palmas gigantes
sordos bramidos bajan del cielo incendiados con lenguas de leopardos
nuestro viento furioso cae de lo alto.
El golpe de su cuerpo sacude las raíces de los grandes
árboles salen del suelo los escarabajos
las serpientes machos.
Nuestro viento furioso sigue su camino mojado
es el jugo oscuro de la tarde que beben los toros salvajes
es el castigador del campo.
Los hombres oyen en silencio los gemidos del aire
con el alma quebrada, el cuerpo en alto
los pies y la cara de barro.
Las indias jóvenes salen al patio, rompen sus camisas
ofrecen al viento sus senos desnudos, que él se encarga de
afilar como volcanes.

JOAQUÍN PASOS

Nacido en Granada el 14 de mayo de 1914, se formó en el Colegio Centroamérica. Anteriormente había estudiado parte de la primaria en el centro escolar de una apreciable y recordada profesora de la ciudad, a la que dedicaría —años más tarde— su poema ocasional “La era de la Carmela Noguera”. Por consiguiente, la presencia granadina —con el muelle de su puerto lacustre y el kiosko de su Parque Colón, las niñas estudiando piano a las diez de la mañana y los cocoteros, a medianoche, temblando bajo la luna— se hallan presente en sus inicios poéticos.
Estos se remontan a sus catorce años, cuando residía temporalmente en Managua. Allí, a mediados de 1928, leyó “Cinco Parques” de José Coronel Urtecho, publicados en una revista dirigida por su hermano Luis Pasos Argüello, Luis Alberto Cabrales y José Coronel Urtecho. Tanto le impresionaron que los omitió en tres de sus primeros poemas: “Prólogo”, “Motivos de blanco y negro” y “Con neblina”, aparecidos a los pocos meses en El Diario Nicaragüense. Dichos textos motivaron el comentario anónimo (“Cenáculo de Poetas Jóvenes en Managua”), donde se afirmaba que la generación recién salida de la infancia había respondido a la invitación de aventura y exploración que se advertía en aquella “peligrosa poesía vanguardista”, introducida por Coronel Urtecho.
Dentro de su permanente y regocijada actividad en el desarrollo del Movimiento de Vanguardia, Joaquín usó su heterónimo, Juan Argüelles Darmstadt, y se inscribió en una mesa electoral —a finales de 1932— como poeta. Sin duda, era el primero de los nicaragüenses que así se declaraba.
1932 fue el año de su floración vanguardista, rica en vivencias literarias. Algunos lo toman muy en serio, como Pedro J. Cuadra Ch., director de El Diario Nicaragüense, quien le dedica unas glosas de sus artículos combativos en un pequeño libro: Puntos de literatura. De 1933 a 1934, mientras colabora en Suplemento, La Reacción y La Voz de Oriente, estudia Derecho en su ciudad natal. Pero en 1935 se trasladó a Managua para proseguir su carrera. Labora y colabora en varias revistas: Opera bufa, Centro, Los Lunes de la Nueva Prensa (donde tiene a su cargo las sesiones fijas “Laboratorio” y “Manicomio”). Termina su quinto curso de Derecho en la Universidad Central, pero no se preocupa por obtener el título. Viaja por avión a San José de Costa Rica en busca del libro Todo puede suceder de George y Helen Papashvily. Su familia le arregla sus cosas personales en casa de una novia, con la que nunca contrae matrimonio; en cambio, tiene un hijo con otra. La dipsomanía le hostiga, prepara su agonía; y el 20 de enero de 1947, cuatro meses antes de cumplir los 33 años, se le acaba la vida: joven poeta que deslumbró a sus contemporáneos y sigue haciéndolo en la actualidad con aquellos que lo admiran.
Había dejado corregidas las pruebas de una selección poética Breve suma (Managua: Editorial Nuevos Horizontes). Su obra reunida se encuentra actualmente con el título de Poemas de un joven, libro que cierra con el monumental “Canto de guerra de las cosas”.

EL DESPOSEIDO


Voz: Isabel Sánchez

TRABAJO


Esto hicieron otros
mejores que tú
durante siglos.
De ellos dependía
tu sensación de libertad
tu camisa limpia
y el ocio de tus lecturas y escrituras.
De ellos depende
todo
lo que te parecía natural
como ir al cine
o estar triste, levemente.
Lo natural, sin embargo, es el fango,
el sudor, el excremento.
A partir de ahí, comienza
la epopeya, que no es sólo
un asunto de héroes deslumbrantes,
sino también
de oscuros héroes, suelo de tus pisadas,
página donde se escriben las palabras.
Deja las palabras, prueba
un poco
lo que ellos hicieron, hacen,
seguirán haciendo
para que seas:
ellos,
los sumidos en la necesidad
y la gravitación,
los molidos por los soles implacables
para que tu pan siempre esté fresco,
los atados
al poste férreo de la monotonía
para que puedas barajar todos los temas,
los mutilados
por un mecánico gesto infinitamente repetido
para que puedas hacer
lo que te plazca con tu alma y con tu cuerpo.
Redúcete como ellos.
Paladea el horno,
come fatiga.
Entra un poco, siquiera sea clandestinamente,
en el terrible reino de los sustentadores
de la vida.

ALGO LE FALTA A LA TARDE

Algo le falta a la tarde,
no están completos los pinos,
y yo mirando a las nubes
siento lo que no he sentido.
A cada instante pregunto
por el tesoro perdido
cuya sombra se desplaza
con melancólico frío.
Mirándome está el deseo,
nocturno, solo, infinito;
callada va la nostagia
llameando eternos vestigios.
No llega nunca mi gesto
a la tierra del destino;
la vida acaba inconclusa,
quedan los sueños en vilo.

EXAMEN DEL MANIQUEO


Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia:
la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel
de no ser puro como un ángel.
¿De qué vale sutilizar los argumentos?
-Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal.
¿En mínima medida? ¿Sólo por omisión? ¿Sólo para ganar el pan?
Nada puede consolarte.
-Nada: porque mientras menor o más irrechazable haya sido tu
complicidad,
más esencial es tu miseria,
y mientras creías estar amparando en tu casa a los dioses siempre
derrotados,
no eras más que un oscuro obrero de la monstruosa construcción.
Y así, cuando llegues a la presencia de tu Señor, no podrás decirle:
fui puro, no pacté, no mezclé mi alma con las tinieblas,
sino tendrás que confesarle: soy
esta mezcla deleznable,
me fue impuesto el insulto de la promiscuidad,
tuve que dar al César lo que es del César
y al cuerpo lo que es del cuerpo,
soy uno más, perdido y manchado, en el rebaño,
-quise salvar la luz, pero no pude.

AHORA

(A mi esposa)

Ahora que empieza a caer, del cielo

de nuestra vida, que sólo nosotros podemos ver,
profundo, estrellado, carne y alma nuestra,
ese polvillo sagaz en tu nocturno pelo,
ahora que el lápiz finísimo, grabando
una medida sagrada, una cantidad misteriosa
del vino que sube en la jarra de la ofrenda,
empieza a trazar, junto a tus ojos, vivos
como ciervos bebiendo en el agua extasiada,
junto a tus labios que han dicho todas las palabras que adoro,
las huellas del tránsito de nuestra juventud,
ahora, lleno de un fuego y de un peso de amor que desconocía
porque estábamos engendrándolo secretamente en nuestro corazón
y es algo mucho más terrible y precioso que el amor
que diariamente conocíamos,
ahora, mujer, ahora, destinada mía,
es cuando quiero hacerte un canto de amor, un homenaje,
que dice únicamente así:
Te amo, lo mismo
en el día de hoy que en la eternidad,
en el cuerpo que en el alma,
y en el alma del cuerpo
y en el cuerpo del alma,
lo mismo en el dolor
que en la bienaventuranza,
para siempre.

ÚLTIMO EPITALAMIO


Pero si al cabo vienes, despojada
de tus flores nupciales, a la hora
en que el mundo hasta el fondo se desdora
y la ceniza cubre a la mirada;
pero si entonces, con la boca helada
del ocaso postrero que devora
toda ilusión, fatal coronadora,
al oído me dices: soy la nada,
te daré gracias por dejarme verte
y abrazarte desnuda, y por ser mía
siquiera en el instante de perderte;
y dormiré en el tálamo que hacía
mi corazón, soñando que la muerte
es tu último velo, poesía.

CINTIO VITIER


Nació en, Cayo Hueso, La Florida, el 25 de septiembre de 1921. Su padre fue el ensayista y educador Medardo Vitier. Graduado de Doctor en leyes. En 1938 publicó su primer libro, Poemas, con una presentación de Juan Ramón Jiménez. Está casado con Fina García Marruz. Perteneció al grupo de poetas que hizo la revista Orígenes (1944-1956). Ha trabajado como profesor en la Escuela Normal para Maestros de La Habana y en la Universidad Central de las Villas. De 1962 a 1977 fue investigador literario en la Biblioteca Nacional "José Martí". Dirigió la edición crítica de las Obras completas de Martí en el Centro de Estudios Martianos hasta 1987 y la edición crítica de Paradiso, de José Lezama Lima (Madrid, Colección Archivos, 1988). Traducido a varios idiomas. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1988, también le fue conferido el Premio "Juan Rulfo" correspondiente al año 2002. Preside el Centro de Estudios Martianos.

30.3.08

VOCES NUEVAS

Has venido a este mundo que no entiende
nada sin palabras, casi sin palabras.
Dios le ha dado mucho al hombre;
pero el hombre quisiera algo del hombre.
La tierra tiene lo que tú levantas de la tierra.
Nada más tiene.
Me ves cuando me tocas: cuando no debieras verme.
Sí, eso es el bien: perdonar el mal.
No hay otro bien.
El hombre vive midiendo, y no es medida de nada.
Ni de sí mismo.
Iría al paraíso, pero con mi infierno; solo, no.
A veces creo que el mal es todo
y que el bien es sólo un bello deseo del mal.
Creías que destruir lo que separa era unir.
Y has destruido lo que separa.
Y has destruido todo.
Porque no hay nada sin lo que separa.
Quieren que me haga diferente.
Y sin ellos hacerse diferentes y sin nada
hacerse diferente.
¿Y de qué me haría diferente?
Para que tu tristeza muda no oyese mis palabras,
te hablé bajito.
La humanidad no sabe ya adonde ir,
porque nadie la espera: ni Dios.

(VARIOS)


ANTES

Antes de recorrer

mi camino,
yo era mi camino

CUANDO


Cuando yo muera

no me veré morir,
por primera vez.

EL IR


El ir derecho

acorta las distancias
y tambíen la vida.

EN EL SUEÑO


En el sueño eterno, la eternidad

es lo mismo que un instante.
Quizá yo vuelva
dentro de un instante.

LA VERDAD


La verdad tiene muy pocos amigos

y los muy pocos amigos que tiene
son suicidas.

SE ME ABRE..


Se me abre una puerta, entro

y me hallo con cien puertas
cerradas.

SI NO


Si no levantas los ojos,

creerás que eres
el punto más alto.

VENGO


Vengo de morirme,

no de haber nacido.
De haber nacido me voy.


ANTONIO PORCHIA

Escritor y poeta nacido en Italia, donde vivió 15 años para luego viajar y radicarse en la Argentina. Antonio Porchia nunca se consideró un escritor profesional, fue una persona sumamente humilde, dueño de un talento innato que plasmó en sus escritos. Antonio Porchia fue un autor de culto para renombradas figuras de la literatura contemporánea como André Breton, Jorge Luis Borges, Roberto Juarroz, Henry Miller. Escribió en castellano su única obra Voces, un libro de aforismos. La modesta casa que constituía su el hogar de Antonio Porchia, en Olivos (Buenos Aires, Argentina), era un lugar de encuentro para quienes veían en él a un verdadero maestro en la expresión de la verdad y la belleza.